Misionero, naturalista y escritor español. Nació en Medina del Campo e ingresó en la Compañía de Jesús en 1551. Veinte años después marchó al virreinato del Perú como misionero, ejerciendo como provincial de su orden desde 1572 hasta 1585. Fue rector del Colegio de Lima en 1575, fundó el seminario de San Martín en 1583 y participó en el III Concilio limeño en 1583. Ese mismo año redactó Doctrina cristiana y catecismo para la instrucción de los indios y el catecismo bilingüe Catecismo en la lengua española y en la aymara del Perú. Regresó a la península Ibérica, donde fue designado visitador de las provincias de Aragón y Andalucía, y en 1598 fue nombrado rector del Colegio de los jesuitas de Salamanca. Se le recuerda, sobre todo, por su monumental trabajo sobre historia natural y costumbres de los pueblos aborígenes de Hispanoamérica, Historia natural y moral de las Indias (1590), traducida a las lenguas europeas más importantes, antes de que pasaran 15 años desde su publicación. © M.E.
Historia Natural y Moral de las Indias (fragmento)
» De donde se ve cuán corta y flaca noticia tenían de Dios, pues aun nombrarle no saben sino por nuestro vocablo. Pero en efecto, no dejaban de tener alguna, tal cual, y así le hicieron un templo riquísimo en el Pirú, que llamaban el Pachamac, que era el principal santuario de aquel reino. Y como está dicho, es lo mismo Pachacamac que el Creador, aunque también en ese templo ejercitaban sus idolatrías, adorando al demonio y figuras suyas, y también hacían al Víracocha, sacrificios y ofrendas, y tenía el supremo lugar entre los adoratorios que los reyes ingas tuvieron. Y el llamar a los españoles, viracochas, fué de aquí por tenerlos en opinión de hijos del cielo, y como divinos, al modo que los otros atribuyeron deidad a Paulo y a Bernabé, llamando al uno Júpiter, y al otro Mercurio, e intentando de ofrecerles sacrificio como a dioses. Y al mismo tono los otros bárbaros de Melite, que es Malta, viendo que la víbora no hacía mal al Apóstol, le llamaban dios. Pues como sea verdad tan conforme a toda buena razón, haber un soberano Señor y Rey del Cielo, lo cual los gentiles con todas sus idolatrías e infidelidad no negaron, como parece así en la filosofía del Timeo de Platón, y de la Metafísica de Aristóteles, y Asclepio de Trismegisto, como también en las Poesías de Homero y de Vergilio. De aquí es que en asentar y persuadir esta verdad de un Supremo Dios, no padecen mucha dificultad los predicadores evangélicos, por bárbaras y bestiales que sean las naciones a quienes predican. «
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